domingo, 23 de marzo de 2014

Mi infierno es mi límite.

   Que dé todo de mí,
dicen.
Sin saber que cuanto más doy,
es cuando más necesito.

   Que confíe en la gente,
mi familia,
mis amigos,
dicen.
(Vamos,
lo único que tengo
y no poseo).
Sin saber que no puedo escucharme.
No en voz alta,
al menos.
Sabiendo que todo lo que temo
y es pura mierda
me está consumiendo.

   Que arriesgue,
que lo intente,
que pierda
y aprenda,
dicen.
Sin saber que por todas
esas veces que arriesgué,
o al menos lo intenté,
volví con magulladuras
y la palabra insegura
escrita en la frente.

   Que ser feliz solo dura un rato, 
la octava vida de un gato,
dice Salem.
Sin saber que en esta sociedad
la felicidad se sirve en cheques,
a destajo y sin piedad.

   Y yo solo sé decir,
decirme,
y deciros,
(o aclarar,
simple y llanamente)
que los zapatos me vienen grandes
y me cuesta caminar.
Que si venís a tomarme el pelo
acabaré con la cuerda tensa,
los brazos cruzados,
la mirada perdida,
los calcetines mojados.
Pero lejos.
Con la felicidad de la mano.
Que dicen que las tengo pequeñas,
pero yo sé agarrar fuerte
y clavar las uñas,
hasta a la peor pesadilla.

   Y yo,
no sé decirlo más claro.




2 comentarios:

  1. Inseguridad se irá cuando utilices esos zapatos que tan grandes te vienen para pisar a Miedo. Que los zapatos, mejor grandes, así no escuecen tanto las heridas.
    (Espero que vaya mejor desde entonces. Es magia todo lo que escribes.)

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    1. Aunque Miedo se dedique a colarse en mis zapatos, tienes razón. Muchas gracias, en serio.

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